-Mi Señor… antes de hablar… necesito preguntarte… comprender si me he equivocado siempre al comprender tus palabras… como las has preparado, como la quieres para tu Reino… Quizás tiene razón Cusa… y yo estoy equivocada…
-¿Te ha regañado Cusa?
-Sí y no, Señor. Sólo me ha dicho, con autoridad de marido, que si es como los últimos hechos hacen pensar, debo dejarte, porque él, dignatario de Herodes, no puede permitir que su mujer conspire contra Herodes.
-¿Y cuándo has sido conspiradora! ¿Quién tiene intención de dañar a Herodes? Su pobre trono, tan ruin como es, es menos que este asiento entre los rosales. Aquí me siento, allí no me sentaría. ¡Se puede tranquilizar Cusa! No despierta mi interés el trono de Herodes, y ni siquiera el de César. No son ésos mis tronos, ni son ésos mis reinos.
-¿Sí, Señor? ¡Bendito seas! ¡Cuánta paz me das! Hacía días que sufría por esto. ¡Maestro mío, santo y divino, mi amado Maestro, mi Maestro de siempre, como te he comprendido, te he visto, te he amado, como te he creído, tan alto, tan por encima de la Tierra, tan… tan divino, mi Señor y Rey celeste! –
-¿Qué es lo que ha pasado, entonces? ¿Qué cosa, que ignoro, capaz de turbarte de esta forma, capaz de empañar en ti la claridad de mi figura moral y espiritual? ¡Habla!
-¿Qué cosa? Maestro, los ríos del error, de la soberbia, de la codicia, de la obstinación, se han elevado, como de
fétidos cráteres, y han empañado el concepto de ti en algunos, en algunas…
– Pero cuéntame con orden las cosas. Si quieres que te consuele.
-Sí, Maestro. Mandaste a Simón Zelote y a Judas de Keriot a Betania, ¿no es verdad?
-Sí. ¿Y entonces?
-Maestro…. Maestro, el hombre de Keriot no te comprende, y no comprende a quien te respeta como sabio, como gran filósofo, como Virtud sobre la Tierra, y aunque sólo sea por eso ya te admira y se profesa protectora tuya. Es extraño que unas mujeres paganas comprendan lo que un apóstol tuyo no comprende, después de estar contigo desde hace tanto…
-Lo ciega la humanidad, el amor humano.
-Lo disculpas… Pero te perjudica, Maestro. Mientras Simón hablaba con Plautina, Lidia y Valeria, Judas habló con
Claudia, en tu nombre, como embajador tuyo. Quería arrancarle promesas para una restauración del reino de Israel. Claudia le
hizo muchas preguntas… El habló mucho. Ciertamente piensa que está a las puertas de su sueño demencial, en las regiones
donde el sueño se transforma en realidad. Maestro, Claudia se ha enojado por esto. Es hija de Roma… Lleva el imperio en su
sangre… ¡Querer Tú que ella, precisamente ella, hija de los Claudios, vaya contra Roma! Ha sido para ella un choque tan hondo,
que ha dudado de ti y de la santidad de tu doctrina….