El Capricho De La Moral De La Corte

Claudia Procula

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“¡Salve, Enio!” “¡Salud, Floro Tulio Cornelio! ¡Salud, Marco Heracles Flavio!” “¿Cuándo has vuelto?” “Cansado, al alba de anteayer.” “¿Tú cansado? ¿Pero cuándo sudas tú!” “No te burles, Floro Tulio Cornelio. ¡También ahora estoy sudando por los amigos!” “¿Por los amigos? No te hemos pedido fatigas.” “Pero mi amor piensa en vosotros. ¿Veis, vosotros, crueles que os burláis de mí, esta fila de esclavos cargados de pesos? Otros los han precedido con otros pesos. Y todo para vosotros. Para daros honores.” “¿Este es entonces tu trabajo? ¿Un banquete? ¿Y por qué?” “¡Chist! ¡Un alboroto como éste entre nobles patricios! Os parecéis a la plebe de esta ciudad donde nos consumimos en…” “Orgías y ocio. Que no hacemos sino eso. Todavía me pregunto: ¿para qué estamos aquí?, ¿qué misiones tenemos?” “Morir de aburrimiento.” “Enseñar a vivir a estas plañideras quejumbrosas.” “Y… sembrar a Roma en los sagrados bacinetes de las mujeres hebreas.” “Y otra es gozar, aquí como en otras partes, de nuestra riqueza y poder, al cual todo le está permitido.”
“Pero desde hace ya un tiempo una neblina se abate sobre la alegre corte de Pilato. Las más hermosas damas parecen castas vestales y sus maridos las secundan en el capricho. Ello quita mucho a las habituales fiestas…” “¡Ya! El capricho por ese tosco Galileo… Pero pasará pronto…” “Te equivocas, Enio. Sé que también Claudia está conquistada, y por eso una… extraña morigeración de costumbres se ha establecido en su palacio. Parece como si reviviera allí la austera Roma republicana…” “Una razón más para que os socorra. Esta noche gran cena… y además gran orgía, en mi casa. En Cintium, donde he estado, he encontrado delicias que estos inmundos consideran impuras:y crías de jabalíes; la madre matada y ellos cogidos vivos y criados para nuestras cenas. Y vinos… ¡Ah, delicados, preciosos vinos!… Y aromáticos vinos Y embriagadores vinos para encender la sensualidad para el goce final. ¡Oh, tiene que ser una gran fiesta! Para sacudirnos el aburrimiento de este exilio. Para persuadirnos de que somos todavía viriles…” “¿También mujeres’?” “También… Y más guapas que rosas. De todos los colores y… sabores. Un tesoro me ha costado adquirir todas las mercancías, y entre ellas las hembras… Pero soy generoso para los amigos…¡Después del banquete… a nosotros el amor!…” Los tres se ríen de forma vulgar, catando ya con anticipación las próximas, indignas delicias.
“¿Por qué esta extraordinaria fiesta?” “bajo, os lo digo bajo – es que estoy de boda…” “¡Tú! ¡Embustero!” “Estoy de boda. Es “boda” cada vez que uno saborea el primer trago de un ánfora cerrada. Yo esta noche lo voy a hacer. He pagado por ella doscientos áureos. Un capullo, un capullo cerrado… ¡Ah, y yo soy su dueño!”
“Si te oyera… ¡Oh, ahí está!”
“¿Quién?”
“El Nazareno que ha hechizado a nuestras damas. Está detrás de ti…”

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“¡Salve, Enio!” “¡Salud, Floro Tulio Cornelio! ¡Salud, Marco Heracles Flavio!” “¿Cuándo has vuelto?” “Cansado, al alba de anteayer.” “¿Tú cansado? ¿Pero cuándo sudas tú!” “No te burles, Floro Tulio Cornelio. ¡También ahora estoy sudando por los amigos!” “¿Por los amigos? No te hemos pedido fatigas.” “Pero mi amor piensa en vosotros. ¿Veis, vosotros, crueles que os burláis de mí, esta fila de esclavos cargados de pesos? Otros los han precedido con otros pesos. Y todo para vosotros. Para daros honores.” “¿Este es entonces tu trabajo? ¿Un banquete? ¿Y por qué?” “¡Chist! ¡Un alboroto como éste entre nobles patricios! Os parecéis a la plebe de esta ciudad donde nos consumimos en…” “Orgías y ocio. Que no hacemos sino eso. Todavía me pregunto: ¿para qué estamos aquí?, ¿qué misiones tenemos?” “Morir de aburrimiento.” “Enseñar a vivir a estas plañideras quejumbrosas.” “Y… sembrar a Roma en los sagrados bacinetes de las mujeres hebreas.” “Y otra es gozar, aquí como en otras partes, de nuestra riqueza y poder, al cual todo le está permitido.”
“Pero desde hace ya un tiempo una neblina se abate sobre la alegre corte de Pilato. Las más hermosas damas parecen castas vestales y sus maridos las secundan en el capricho. Ello quita mucho a las habituales fiestas…” “¡Ya! El capricho por ese tosco Galileo… Pero pasará pronto…” “Te equivocas, Enio. Sé que también Claudia está conquistada, y por eso una… extraña morigeración de costumbres se ha establecido en su palacio. Parece como si reviviera allí la austera Roma republicana…” “Una razón más para que os socorra. Esta noche gran cena… y además gran orgía, en mi casa. En Cintium, donde he estado, he encontrado delicias que estos inmundos consideran impuras:y crías de jabalíes; la madre matada y ellos cogidos vivos y criados para nuestras cenas. Y vinos… ¡Ah, delicados, preciosos vinos!… Y aromáticos vinos Y embriagadores vinos para encender la sensualidad para el goce final. ¡Oh, tiene que ser una gran fiesta! Para sacudirnos el aburrimiento de este exilio. Para persuadirnos de que somos todavía viriles…” “¿También mujeres’?” “También… Y más guapas que rosas. De todos los colores y… sabores. Un tesoro me ha costado adquirir todas las mercancías, y entre ellas las hembras… Pero soy generoso para los amigos…¡Después del banquete… a nosotros el amor!…” Los tres se ríen de forma vulgar, catando ya con anticipación las próximas, indignas delicias.
“¿Por qué esta extraordinaria fiesta?” “bajo, os lo digo bajo – es que estoy de boda…” “¡Tú! ¡Embustero!” “Estoy de boda. Es “boda” cada vez que uno saborea el primer trago de un ánfora cerrada. Yo esta noche lo voy a hacer. He pagado por ella doscientos áureos. Un capullo, un capullo cerrado… ¡Ah, y yo soy su dueño!”
“Si te oyera… ¡Oh, ahí está!”
“¿Quién?”
“El Nazareno que ha hechizado a nuestras damas. Está detrás de ti…”