El Decálogo

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«Hijos míos, la fiesta de la Purificación está ya a las puertas, y a ella Yo, Luz del mundo, os envío con la primera lámpara de la fiesta, que podrá daros llama para todas las otras: el Decálogo. No hay pecado que Dios no perdone si el pecador está realmente arrepentido porque sólo el Bonísimo puede perdonar lo que el hombre no perdona.«Podéis iros. La paz sea con vosotros».
«Será el primer año que no voy a verlos encender en la mía, o que no los encenderé yo…».
«A pesar de tu edad, sigues siendo un niño. Encenderemos también nosotros los cirios. Así se te quitará esa cara de malhumor. Y vas a ser tú quien los va a encender».
«¿Yo? Yo no, Señor. Tú eres la Cabeza de nuestra familia. Te corresponde a ti».
«Yo soy siempre un cirio encendido, Pedro. ¿Sabes que nací exactamente el veinticinco de Kisléu?».
«¡Cuántas lámparas encendidas, ¿no?!»
«No se podían ni contar… Eran todas las estrellas del cielo…».
«¡No me digas! ¿No celebraron tu nacimiento en Nazaret?».
«No he nacido en Nazaret, sino entre unos muros derruidos, en Belén. Veo que Juan ha sabido callar. Juan es muy obediente».
«¿Me lo cuentas?… A tu pobre Simón. Si no, ¿cómo me las voy a arreglar para hablar de ti? Los otros saben cómo hacer, me refiero a tus hermanos y a Simón, Bartolomé y Judas de Simón. Y… sí, también Tomás y Mateo… ¡Pero yo…! ¡pobre Simón de Jonás! ¿Qué te han enseñado los peces; qué el lago? Dos cosas: los peces, a callar y a tener constancia, el lago, a tener coraje y a estar atento a todo. Y ¿qué me ha enseñado la barca?: a trabajar duramente sin excusa para ningún músculo y cómo mantenerse erguido en medio de olas agitadas y con el riesgo de caerse. Estar atento a la Polar, tener mano firme en el timón, fuerza., coraje, constancia, atención: esto me ha enseñado mi pobre vida…».
«¿Y te parece poco, Simón Pedro? Tienes todo lo que se necesita para ser mi “piedra”. Nada hay que poner, nada hay que quitar. Serás el nauta eterno, Simón. Y, a quien venga después de ti, le dirás: ‘tención a la Polar: Jesús; mano firme al timón; fuerza, coraje, constancia, atención, trabajar duramente sin reservas, estar atento a todo, y saber mantenerse erguido en medio de olas agitadas…”. Respecto al silencio:.. ¡venga, hombre, que los peces eso no te lo han enseñado!».
«Pero para lo que debería saber decir soy más mudo que los peces. También las gallinas saben ser charlatanas como yo… ªPero, dime, Maestro mío, ¿me vas a dar un hijo también a mí? Somos ancianos… pero Tú dijiste que el Bautista nació de una anciana… Y ahora has dicho: “Y a quien venga después de ti le dirás…”. Y ¿quién viene después de un hombre sino el que por él ha sido engendrado?».
«No, Pedro, y no te apenes por ello. Recuerdas exactamente a tu lago cuando una nube oculta el Sol: de ameno, pasa a estar triste. No, Pedro mío; no uno, sino mil, diez mil hijos tendrás, y en todas las naciones … ¿No te acuerdas cuando te dije: “Serás pescador de hombres”?».
«¡Oh… sí… pero… la idea de un hijo que me llamara “padre” era algo tan agradable!. ..».
«Tendrás tantos, que no los podrás ni contar; y les darás la vida eterna, y los encontrarás en el Cielo y me los traerás diciendo: “Son los hijos de tu Pedro y quiero que estén donde yo estoy”; y Yo te diré: “Sí, Pedro; sea como tu quieres, porque tú todo has hecho por mí y Yo todo hago por ti”».
«¡Oh, Señor! dice, pero para dar la vida eterna es necesario persuadir a las almas en orden al bien, y… volvemos al mismo punto: yo no sé hablar».
«Sabrás hablar, cuando sea la hora, mejor que Gamaliel».

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«Hijos míos, la fiesta de la Purificación está ya a las puertas, y a ella Yo, Luz del mundo, os envío con la primera lámpara de la fiesta, que podrá daros llama para todas las otras: el Decálogo. No hay pecado que Dios no perdone si el pecador está realmente arrepentido porque sólo el Bonísimo puede perdonar lo que el hombre no perdona.«Podéis iros. La paz sea con vosotros».
«Será el primer año que no voy a verlos encender en la mía, o que no los encenderé yo…».
«A pesar de tu edad, sigues siendo un niño. Encenderemos también nosotros los cirios. Así se te quitará esa cara de malhumor. Y vas a ser tú quien los va a encender».
«¿Yo? Yo no, Señor. Tú eres la Cabeza de nuestra familia. Te corresponde a ti».
«Yo soy siempre un cirio encendido, Pedro. ¿Sabes que nací exactamente el veinticinco de Kisléu?».
«¡Cuántas lámparas encendidas, ¿no?!»
«No se podían ni contar… Eran todas las estrellas del cielo…».
«¡No me digas! ¿No celebraron tu nacimiento en Nazaret?».
«No he nacido en Nazaret, sino entre unos muros derruidos, en Belén. Veo que Juan ha sabido callar. Juan es muy obediente».
«¿Me lo cuentas?… A tu pobre Simón. Si no, ¿cómo me las voy a arreglar para hablar de ti? Los otros saben cómo hacer, me refiero a tus hermanos y a Simón, Bartolomé y Judas de Simón. Y… sí, también Tomás y Mateo… ¡Pero yo…! ¡pobre Simón de Jonás! ¿Qué te han enseñado los peces; qué el lago? Dos cosas: los peces, a callar y a tener constancia, el lago, a tener coraje y a estar atento a todo. Y ¿qué me ha enseñado la barca?: a trabajar duramente sin excusa para ningún músculo y cómo mantenerse erguido en medio de olas agitadas y con el riesgo de caerse. Estar atento a la Polar, tener mano firme en el timón, fuerza., coraje, constancia, atención: esto me ha enseñado mi pobre vida…».
«¿Y te parece poco, Simón Pedro? Tienes todo lo que se necesita para ser mi “piedra”. Nada hay que poner, nada hay que quitar. Serás el nauta eterno, Simón. Y, a quien venga después de ti, le dirás: ‘tención a la Polar: Jesús; mano firme al timón; fuerza, coraje, constancia, atención, trabajar duramente sin reservas, estar atento a todo, y saber mantenerse erguido en medio de olas agitadas…”. Respecto al silencio:.. ¡venga, hombre, que los peces eso no te lo han enseñado!».
«Pero para lo que debería saber decir soy más mudo que los peces. También las gallinas saben ser charlatanas como yo… ªPero, dime, Maestro mío, ¿me vas a dar un hijo también a mí? Somos ancianos… pero Tú dijiste que el Bautista nació de una anciana… Y ahora has dicho: “Y a quien venga después de ti le dirás…”. Y ¿quién viene después de un hombre sino el que por él ha sido engendrado?».
«No, Pedro, y no te apenes por ello. Recuerdas exactamente a tu lago cuando una nube oculta el Sol: de ameno, pasa a estar triste. No, Pedro mío; no uno, sino mil, diez mil hijos tendrás, y en todas las naciones … ¿No te acuerdas cuando te dije: “Serás pescador de hombres”?».
«¡Oh… sí… pero… la idea de un hijo que me llamara “padre” era algo tan agradable!. ..».
«Tendrás tantos, que no los podrás ni contar; y les darás la vida eterna, y los encontrarás en el Cielo y me los traerás diciendo: “Son los hijos de tu Pedro y quiero que estén donde yo estoy”; y Yo te diré: “Sí, Pedro; sea como tu quieres, porque tú todo has hecho por mí y Yo todo hago por ti”».
«¡Oh, Señor! dice, pero para dar la vida eterna es necesario persuadir a las almas en orden al bien, y… volvemos al mismo punto: yo no sé hablar».
«Sabrás hablar, cuando sea la hora, mejor que Gamaliel».