Abraham vivió sólo una vez. Isaac vivió sólo una vez. Jacob vivió sólo una vez. Tú vivirás una sola vez. Yo, que soy Dios, me encarné una sola vez y no volveré a hacerlo, porque también Dios respeta el orden. Y el orden de la vida humana es éste:
Que a la carne se funda el espíritu para hacer que el hombre se asemeje a Dios, que no es carne sino espíritu, que no es animal sino sobrenatural.
Que cuando para la carne llega la noche y se eclipsa, caiga como un despojo, como una simple envoltura, en la nada de donde proviene y que el espíritu vuelva a su vida: una vida bienaventurada, si vivió de verdad; una vida maldita, si pereció porque permitió que le dominara la carne en lugar de hacer que Dios dominara su espíritu.
Que desde ese más allá, del que inútilmente queréis conocer los límites sin contentaros de creer en su existencia, el espíritu aguarde temblando de miedo o palpitando de regocijo que la carne resurja y le recubra en el día postrero de la Tierra para precipitar con ella en el abismo o para penetrar con ella en el Cielo, donde también la materia será glorificada, porque con ella habéis triunfado al convertirla de enemiga natural en aliada sobrenatural.
Mas, llegado el momento de mi excelsa reseña, ¿cómo podríais revestiros con una carne para ser condenados o glorificados con ella, si cada espíritu hubiera poseído muchas carnes? ¿Cuál habría elegido entre ellas?, ¿la primera o la última?
¿Cómo podríais llamar a los beatos, si éstos ya estuvieran reencarnados? Y a vuestros difuntos, ¿cómo podríais considerarles vuestros, si en ese momento ya son hijos de otros?
Y en cuanto a la vida… ¡oh!, una vez que ha pasado, la vida ya no vuelve. Se os concede una hora de eternidad, un momento de eternidad para conquistaros la Eternidad.
Os doy tiempo. Eso es amor y justicia a la vez. ¿Qué diríais si os zarandeara al primer error? Diríais: “¡Pero, Señor, si me hubieras dado tiempo para reflexionar, me habría arrepentido!”. Os concedo tiempo. Faltáis una vez, dos, diez, setenta veces y Yo podría castigaros. Os doy tiempo para que no podáis decirme: “No has tenido bondad para conmigo”.