Las Flores Del Bien

Lázaro

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«Paz a todos vosotros» dice Jesús entrando en el atrio resplandeciente de luces de plata, todas encendidas.

«Paz y bendición a ti, Maestro, y muchos años de santa felicidad». Se besan. «Me han dicho ciertos amigos nuestros que Tú naciste mientras Belén ardía por una lejana fiesta de las Luminarias. Ellos y nosotros estamos jubilosos de tenerte esta noche. ¿No preguntas quiénes son?».

«No tengo más amigos que los discípulos y mis amados de Betania, aparte de los pastores. Por tanto son ellos. ¿Han venido? ¿Para qué?».

«Para adorarte, Mesías nuestro, con nuestros rebaños y con nuestros corazones, ahora y siempre a tus pies santos». Isaac ha hablado por Elías, Leví, José y Jonatán, que están postrados a los pies de Jesús.

«¿Por este motivo me habéis mandado al jardín? ¡Dios os bendiga a todos! Sólo falta mi Madre para completar mi felicidad. Alzaos, alzaos. Es la primera Navidad que celebro sin mi Madre. Pero vuestra presencia me alivia la tristeza, la nostalgia de su beso….». Entran todos en la sala de las mesas. «….Hoy Somos una familia. Cesen las reglas para dar paso al amor. Marta aquí, a mi lado, y, junto a ti, Juan. Yo con Lázaro. Dadme una lámpara. Entre mí y Marta vele una luz… una llama, por las ausentes que a pesar de todo están presentes: por las amadas, esperadas, por las mujeres amadas y lejanas. Todas.”

La cena se desarrolla, y los pastores comienzan a hablar: ¿de qué podría ser, sino de su recuerdo-de 31 años?

«Hacía poco que nos habíamos recogido» dice Leví. «Tenía tanto frío, que me resguardé entre las ovejas, llorando por la nostalgia de mi madre…».

«Yo, pensaba en la joven Madre que había visto poco antes, … y sentía más vivamente el frío, pensando en cuánto le debía hacer sufrir.¿Te acuerdas qué luz aquella noche? ¿Y te acuerdas de tu miedo?».

«Sí… pero luego… el ángel… ¡Oh!…». Leví, un poco absorto como en estado de ensoñación, sonríe al recordarle.

«¡Un momento! ¡Escuchadme, amigos! Nosotros sabemos poco y lo sabemos mal. Hemos oído hablar de ángeles, de pesebres, de rebaños, de Belén… Y sabemos que Él es galileo y carpintero… Éste, que sabe, no me ha dicho nada… Sí, hablo contigo, Juan de Zebedeo. ¡Vaya forma de respeto hacia el anciano! Te lo tienes todo para ti y me dejas que vaya adelante como un tarugo de discípulo. ¿Es que ya por mí mismo no soy suficiente tarugo?…Se ríen, pero tengo razón…. Venga, decidlo también vosotros, protestad conmigo! ¿Por qué no sabemos nada nosotros?».

«¿Dónde estabais cuando murió Jonás? ¿Dónde estabais en los altos del Líbano?».

«Tienes razón. Pero, por lo que se refiere a Jonás, yo al menos, creí que se tratase del delirio de un moribundo, y, en los altos del Líbano… estaba cansado y con sueño. Perdóname, Maestro, pero es la verdad».

«¡Y será la verdad de muchos! El mundo de los evangelizados frecuentemente responderá, al Juez eterno, para disculparse de su ignorancia a pesar de la enseñanza de mis apóstoles, eso mismo que tú dices: “Creí que se trataba de un delirio… Estaba cansado y tenía sueño” porque estará cansado y tendrá sueño por

demasiadas cosas inútiles, caducas e incluso pecaminosas. Una sola cosa es necesaria: conocer a Dios».

«Bien, después de decirnos lo que nos corresponde, cuéntanos cómo sucedieron los hechos… Cuéntaselo a tu Pedro. Yo después hablaré de ello a la gente….». ·

«Sí, Maestro, que lo sepamos también nosotros… Sabemos que eres el Mesías, y esto lo creemos, pero, al menos por lo que a mí respecta, me ha costado trabajo admitir que de Nazaret pudiera provenir algo bueno… ¿Por qué no me has dado a conocer, ya desde el principio, tu pasado?» dice Bartolomé.

«Para probar tu fe y la luminosidad de tu espíritu. Pero ahora sí os voy a hablar; es más, os vamos a hablar de mi pasado. Yo diré lo que incluso los pastores no saben y ellos dirán lo que vieron. Conoceréis así el alba de Cristo. Oíd:

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«Paz a todos vosotros» dice Jesús entrando en el atrio resplandeciente de luces de plata, todas encendidas.

«Paz y bendición a ti, Maestro, y muchos años de santa felicidad». Se besan. «Me han dicho ciertos amigos nuestros que Tú naciste mientras Belén ardía por una lejana fiesta de las Luminarias. Ellos y nosotros estamos jubilosos de tenerte esta noche. ¿No preguntas quiénes son?».

«No tengo más amigos que los discípulos y mis amados de Betania, aparte de los pastores. Por tanto son ellos. ¿Han venido? ¿Para qué?».

«Para adorarte, Mesías nuestro, con nuestros rebaños y con nuestros corazones, ahora y siempre a tus pies santos». Isaac ha hablado por Elías, Leví, José y Jonatán, que están postrados a los pies de Jesús.

«¿Por este motivo me habéis mandado al jardín? ¡Dios os bendiga a todos! Sólo falta mi Madre para completar mi felicidad. Alzaos, alzaos. Es la primera Navidad que celebro sin mi Madre. Pero vuestra presencia me alivia la tristeza, la nostalgia de su beso….». Entran todos en la sala de las mesas. «….Hoy Somos una familia. Cesen las reglas para dar paso al amor. Marta aquí, a mi lado, y, junto a ti, Juan. Yo con Lázaro. Dadme una lámpara. Entre mí y Marta vele una luz… una llama, por las ausentes que a pesar de todo están presentes: por las amadas, esperadas, por las mujeres amadas y lejanas. Todas.”

La cena se desarrolla, y los pastores comienzan a hablar: ¿de qué podría ser, sino de su recuerdo-de 31 años?

«Hacía poco que nos habíamos recogido» dice Leví. «Tenía tanto frío, que me resguardé entre las ovejas, llorando por la nostalgia de mi madre…».

«Yo, pensaba en la joven Madre que había visto poco antes, … y sentía más vivamente el frío, pensando en cuánto le debía hacer sufrir.¿Te acuerdas qué luz aquella noche? ¿Y te acuerdas de tu miedo?».

«Sí… pero luego… el ángel… ¡Oh!…». Leví, un poco absorto como en estado de ensoñación, sonríe al recordarle.

«¡Un momento! ¡Escuchadme, amigos! Nosotros sabemos poco y lo sabemos mal. Hemos oído hablar de ángeles, de pesebres, de rebaños, de Belén… Y sabemos que Él es galileo y carpintero… Éste, que sabe, no me ha dicho nada… Sí, hablo contigo, Juan de Zebedeo. ¡Vaya forma de respeto hacia el anciano! Te lo tienes todo para ti y me dejas que vaya adelante como un tarugo de discípulo. ¿Es que ya por mí mismo no soy suficiente tarugo?…Se ríen, pero tengo razón…. Venga, decidlo también vosotros, protestad conmigo! ¿Por qué no sabemos nada nosotros?».

«¿Dónde estabais cuando murió Jonás? ¿Dónde estabais en los altos del Líbano?».

«Tienes razón. Pero, por lo que se refiere a Jonás, yo al menos, creí que se tratase del delirio de un moribundo, y, en los altos del Líbano… estaba cansado y con sueño. Perdóname, Maestro, pero es la verdad».

«¡Y será la verdad de muchos! El mundo de los evangelizados frecuentemente responderá, al Juez eterno, para disculparse de su ignorancia a pesar de la enseñanza de mis apóstoles, eso mismo que tú dices: “Creí que se trataba de un delirio… Estaba cansado y tenía sueño” porque estará cansado y tendrá sueño por

demasiadas cosas inútiles, caducas e incluso pecaminosas. Una sola cosa es necesaria: conocer a Dios».

«Bien, después de decirnos lo que nos corresponde, cuéntanos cómo sucedieron los hechos… Cuéntaselo a tu Pedro. Yo después hablaré de ello a la gente….». ·

«Sí, Maestro, que lo sepamos también nosotros… Sabemos que eres el Mesías, y esto lo creemos, pero, al menos por lo que a mí respecta, me ha costado trabajo admitir que de Nazaret pudiera provenir algo bueno… ¿Por qué no me has dado a conocer, ya desde el principio, tu pasado?» dice Bartolomé.

«Para probar tu fe y la luminosidad de tu espíritu. Pero ahora sí os voy a hablar; es más, os vamos a hablar de mi pasado. Yo diré lo que incluso los pastores no saben y ellos dirán lo que vieron. Conoceréis así el alba de Cristo. Oíd: